Los domingos son escalofríos con tinta de color rojo
inyectándose en los principios que creías firmes. Los domingos me tiran del
pelo y me arañan las ansias de paz. Los domingos son para que la conciencia te
repita una vez más entre tragos a la ansiedad que nadie te echa de menos. Los
domingos son un mapa donde nunca encuentro mi lugar. Los aspavientos de la
penumbra incierta de un desaire improvisado. La cuesta arriba de la vida. Los
domingos sientes más el frío y cada vez menos la belleza de tu alrededor. Los
domingos recuerdas y caes bajo la bruma de unos adjetivos que te tragas a
empujones no sin antes obligarte a degustarlos bien hasta sacarte las entrañas
por las rendijas de un calcetín roto que aún estando nuevo jamás podría
extinguir tanto frío. Y no me entienden. Y ya no quiero que lo hagan. He
perdido la confianza pero no solo en los domingos sino en la gente que sigue
mirando cada segundo de ellos con gafas de sol llenas de apariencia. Cuelgo mis
ojos de los domingos que dejan mi estómago vacío y tan solo lleno de nauseas de
vacío que con analgésicos y ansiolíticos de todos los colores trato de
evaporar. Nunca se van. Ni los domingos cada semana. Ni tan infumable soledad.
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